lunes, 4 de abril de 2011

De lunes

Hoy el día empezó como cualquier otro lunes: a las 6.30, con los párpados cerrados, la ducha; y después, media hora para hacerlo todo... Desayunar, preparar mochilas del cole, preparar comidas nuestras para llevar al trabajo, tirar la basura, poner secadora (sí, un invento muy necesario cuando se tienen más de dos peques). Y por supuesto los llantos y quejas de todos los lunes: "no quiero ir al cole", "estoy cansado", "quiero dormir más", "todavía es de noche". Un lunes más en el que parece que se acaba el mundo y en media hora tienes que dejarlo todo hecho.
En el trabajo, también un lunes muy duro: con las típicas entregas para el lunes a primera hora y los típicos mails recibidos durante el fin de semana que te esperan ahí en la bandeja de entrada en cuanto enciendes el ordenador, como si te estuvieran diciendo: "ah, te fastidias, tú has querido no trabajar el viernes después de las 17.00, pues ahora jódete y léete los 60 mails que te han llegado desde entonces en tiempo récord".
Y luego la salida de los peques del cole: berrinche va, berrinche viene, que si estoy cansado, que si no quiero merendar esto, que si mamá y no papá, que si papá y no mamá, que si no me quiero bañar, que si quiero ver dibus, que si quiero seguir jugando, y un sinfín de quesíes más que prácticamente te absorben el poco aire puro que has podido coger desde la salida del trabajo. Pero lo peor de todo viene cuando todo se complica con un golpe, una pelea entre hermanos o una travesura que requiere un castigo... Ay, los golpes. Hoy Gabriel se puso tontorrón y se dio un golpe en la cabeza, cayó para atrás y ¡zas!, cabezota contra el suelo. Y luego, se puso más tonto aún. Yo ya me veía saliendo a urgencias, porque mi pediatra siempre nos ha dejado claro que, si tras un golpe, el niño está como atontado, hay que llevarlo al Niño Jesús sin falta. Pero claro, ¿cómo distinguir cuando se pone tonto porque está cansado de cuando se pone tonto porque realmente le pasa algo? Difícil, la verdad. Al saber hablar ya, le hicimos las típicas preguntas de Hospital Central: ¿cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?, ¿dónde está mamá? Y mi marido y yo respiramos al ver que todo iba bien porque contestaba como siempre.
Y después de un baño accidentado, una cena con la música del llanto de Gonzalo de fondo, y unos pises en el váter escasos y sospechosos de que tal vez esta noche nos espere una de esas tantas noches en vela que tanto nos "gustan" a los padres, el silencio... Ay, qué maravilla, pienso. Y sin embargo, por extraño que parezca, porque realmente es algo extraño y totalmente inexplicable y difícil de transmitir con palabras, pienso que lo mejor de mi día ha sido la sonrisa de mis tres peques.
(El abuso de las "y" es totalmente voluntario, porque es lo único que me permite trasladar con palabras el ajetreo del día a día)

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